octubre 2020

Asistimos a un momento de la historia donde se crece idolatrando imágenes y sonidos, algo que no es nuevo, pero que ahora se vive con mayor intensidad, en la misma medida que dispositivos móviles como tablets y celulares se apoderan de la sociedad volviéndola esclava de las pantallas.

 

El culto al audiovisual y el arte gráfico como forma efectiva de propaganda, hace de la escritura un oficio subestimado porque vivimos en un mundo dominado por la inmediatez, por el logro de objetivos que deben cumplirse rápidamente, sin ningún proceso de maduración.

 

Aunque el video, la fotografía y las artes gráficas ocupan un lugar importante dentro de mundo del arte y la comunicación, no es el factor artístico y comunicativo lo que seduce a la sociedad, pues ésta, en su mayoría, acude a las pantallas para consumir contenidos basura, o porque políticamente es manipulable con propaganda hecha para controlar sus emociones, ya sea por redes sociales, servicios de mensajería instantánea o televisión.

 

Esa fascinación irreflexiva por las pantallas es también sinónimo de la inmadurez política y cultural de la sociedad, donde cualquier mafioso puede ser elegido para gobernar, del mismo modo que cualquier adefesio, vendido a la opinión pública como si se tratase de una novedad estética, termina siendo considerado una obra de arte por un público inmaduro.

 

La escritura demanda paciencia, reflexión prolongada y saborear letra a letra lo que se escribe, un proceso que requiere maduración y degustación pausada, donde visionamos vidas aún no vividas o por vivir, o proyectos por continuar. No obstante, la sociedad avanza de forma acelerada, sin pausa, con la misma velocidad que acude a las pantallas para ser manipulada.

 

En este sentido, el desinterés por la escritura no solo es un problema cultural, es también un problema político. Porque entender el desinterés por la escritura, en parte, implica entender la perpetuación de una sociedad inmadura que no se gobierna a sí misma, incapaz de pensar por cuenta propia, inválida para concebir procesos implícitos de reflexión y crítica que conlleva el oficio de escribir.

 

La escritura además nos permite viajar en el tiempo, desplazarnos de un lugar a otro, indagando por lo que somos, hemos sido y podemos llegar a ser. Recuperar y afianzar nuestra historia y nuestros saberes constituye un elemento fundamental para fortalecer nuestra memoria, entendiéndola no como un cúmulo de cifras, sucesos y datos, sino como la capacidad de un pueblo que se agita para cambiar su presente a través de los sueños, los cuales nunca desaparecen, pues estos solo duermen, aguardan con sigilo y se revitalizan, día a día, en los rostros de otras generaciones que materializaran luchas y visiones de sus antepasados, de nuestros viejos y viejas.

 

Lo dicho resalta un poco la importancia de este proyecto Memoria y saberes con voz de juventud, una propuesta que, a través del periodismo escrito, donde solo hubo un colado de 39 años, trabajó con jóvenes del municipio de Palmira que escribieron sobre temas que rescatan historias y reflexionan para nuestro presente.

 

Enfocándonos en el periodismo literario y el artículo de opinión, después de ocho clases, los siguientes son los trabajos finales que representan la enorme alegría de encontrar gente tan joven que escribió por el solo hecho de sentir que debía hacerlo.

 

El masoquismo pedagógico que vigila y controla, que premia y castiga, no tuvo cabida en este proyecto. Las iniciativas pedagógicas deben estar encaminadas en confiar en el otro, para que este tipo de trabajos, de resultados, sean también un intercambio de saberes y una forma de reciprocidad, donde la única obligatoriedad consiste en hacer aquello que no implique sentirse mal consigo mismo, en este caso, donde el escribir sea una búsqueda personal, un despertar de los sentidos.

 

Infinitas gracias a quienes participaron de los talleres y a todas las personas que hicieron posible esta propuesta, a la Red de Medios Alternativos y Populares (REMAP), a la Fundación Escénica y Cultural El Teatro Vive, a las Juntas de Acción Comunal de Potrerillo y Tienda Nueva, a Diana María Rengifo, y al Programa Municipal de Concertación Cultural de Palmira por haber cofinanciado este caminar que avanza abriendo trochas para que el soñar y el pensar no se detengan.


Alexander Escobar

Coordinador del proyecto

Por: Alexander Escobar

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Disfruta leyendo los trabajos finales:

 

1. Palmira al ritmo del pedal

2. Memorias de la Palmira negra y esclavizada

3. La radio montañera de Palmira

4. Los Bolos, y no 'Cultura Malagana'

5. Rosa Virginia, auge y pérdida de un posible ícono de la educación en Palmira

6. ‘Palmira,La 21’, locura y carnaval

7. Palmira, un paraíso a la altura

8.La ‘Turca’ vende hasta un hueco

 

*Las ideas y opiniones aqui expresadas, y en los trabajos finales del proyecto, no comprometen a la Secretaría de Cultura ni a Corfepalmira.

Es extraña la forma en cómo suceden las cosas en la vida. Es común que en estos momentos, cuando piensa en la comodidad que tiene ahora, se le hacen efímeras las situaciones difíciles por las que pasó en el pasado, como si todo hubiera ocurrido con la misma velocidad del aleteo de un colibrí. Pero, en verdad, al pensar en ellas, su mente vuela y emite una gran sonrisa al contar lo que una vez fue y en la actualidad no es.

 

Decir que “todo empezó con…” seria incierto, ya que, a pesar que el nacimiento es un suceso fundamental en la vida de un ser humano, es efímero, poco recordado por el nacido más que por comentarios de sus seres queridos. Asimismo, en este aspecto no sería correcto empezar así, puesto que, aunque tiene sus memorias intactas de los momentos difíciles por los que pasó, se le hace difícil recordar a su familia, aunque en realidad al que no recuerda es a su padre, quizá ello ocurre por el hecho de que su existencia fue prácticamente nula, sin precedente alguno en su vida.

 

Dicho esto, sin ninguna dificultad podemos decir que los momentos más preciados fueron con su madre. Desayunos de agua panela y pan, acompañados algunos días con calentados vallunos de lo que quedó del día de ayer, almuerzos de hogao a veces recién echo, y la comida con alimentos obtenidos por amigos o vecinos están dentro de sus recuerdos. Pero ¿por qué es tan importante la mención de los banquetes realizados en compañía de su madre? Estos, en definitiva, le ayudaron bastante en el futuro. Aunque debe admitir que, en su mayoría, lo obtuvo a base de prueba y error.

 

Los recuerdos quedan ahí, en dulces y simples mañanas en compañía de ese ser querido, y tardes, a veces a solas, mientras su madre ayudaba con el aseo en casas vecinas por una módica suma de dinero. Pero también está el día nefasto que trajo una ausencia prolongada, un día que no prefiere contar ni recordar.

 

En el solsticio de su vida, con dos hijos a bordo y la imperante necesidad de salir adelante, continuo su travesía montando un pequeño carrito en la época del 81, donde varias tragedias azotaron al mundo, en su mayoría, atentados contra regentes de países e incluso a mismísimo Papa Juan Pablo II, pero ella, con poco o algo de conocimiento de estos hechos, siguió adelante y montó el que sería una de sus fuentes de sustento por un tiempo.

 

En la ciudad de Palmira, en Versalles, antes que edificaran supermercados al frente del colegio Politécnico, donde aún había una vasta zona verde ideal para que los circos llegaran a montar su carpa, junto a su marido e hijos disfrutaban la tarde, se reunían ahí mientras vendía toda clase de productos naturales lo suficientemente ricos, y que alimentaban a los transeúntes, visitantes, e incluso a los animales: era frutas lo que vendía, ni nada más ni nada menos. Piña, papaya, sandia, manzana, uva, banano, porciones de todas y cada una.

 

Tiempo después se sumó el conocido salpicón. Y en instantes al menú también se agregó el Borojó, el cual tenía una demanda tan alta, que se ganó el honor de decidir a quién podía venderle.

 

El trabajo era dispendioso, doloroso y muy agotador, pero con tal de darle a sus hijos lo que necesitaban, valía la pena.

 

Con las reformas y cambios acompañados de la transformación de la ciudad, Versalles dejó de ser el pintoresco lugar de ventas ambulantes, circos y zonas verdes, para convertirse en la “terminal” de Palmira, donde los buses parquean para llevar a muchas personas a sus destinos. La incorporación del round point (la glorieta de Versalles), además de la adecuación de múltiples supermercados como Olímpica, y el nuevo Dollarcity que se ve al pasar por el lugar, trajo como consecuencia el desplazamiento de varios negocios; entre ellos, el de Amanda, conocida cariñosamente como la “Turca”, protagonista de esta historia, y que, según ella, es lo mejor que le ha pasado, bueno después del nacimiento de sus hijos.


El siguiente negocio que emprendió no fue tan sustentable ni gustoso de realizar. La llamada de un amigo que trabajaba en Maderas Palmira, le comentó la posibilidad de abrir un café, donde los desayunos y almuerzos abrieran el apetito de los comensales para que pudieran continuar con su día.

 

Buñuelos, pandebonos, tamales, el conocido corrientazo y, su especialidad, “El sancocho de Ñato”, una sopa de pescado con leche de coco, fueron los productos y recetas que, en poco tiempo, se ganaron el corazón de los comensales que aún en la actualidad hacen parte de sus clientes destacados. Pero todo en la vida tiene su descenso.

 

En sí las ganancias no disminuyeron, lo que le pasó factura y la dejó sin gana alguna de continuar con el café, fue el agotamiento. Horas y horas de incansable trabajo en el que constantemente debía estar al pendiente de cada uno de los ingredientes, de que se cocinaran en el punto correcto para que no les haga daño a sus comensales, el calor de las ollas que podría ocasionar daños en su organismo, además del servicio al cliente acompañado de la sonrisa que debía mantener. A pesar de ello, nunca le ha costado agradar a las personas a quienes vende sin importar qué cansada esté; su personalidad jocosa, mienta madres y alegre, le ayudado a sobrellevar el cansancio. Aunque, en este caso, preferiría caminar descalza en brasas de fuego antes que volver a vender comida en su vida. Qué bien hizo al tomar esa decisión.

 

El siguiente acontecimiento que marcó su vida, llegó de forma estruendosa y la dejó con un mal sabor de boca. Con sus hijos ya mayores, y manejando un nuevo negocio, un bar, recibió una llamada de una de sus nueras, anunciando con la garganta rasgada, a punto de soltar lágrimas, que casi pierde a su esposo, quien había tenido un infarto y, aunque ya estaba fuera de peligro, no habían permitido avisarle sino tiempo después (además de que su hijo no quería preocuparla). Esto solo provocó el efecto contrario en ella, enfureciéndola y asustándola, generando una descarga de gritos por el teléfono contra su nuera, echando a los clientes que estaban presentes en su negocio, y ya en la clínica, insultando de una forma magistral a cuanto doctor y enfermera se encontraba de camino al cuarto de su hijo, terminando como madre regañona (pero con una buena razón), poniendo a todos en su sitio.

 

Semanas después de casi perder los estribos en la Clínica Palmira, le llegó información de que el embrión de pato servía bastante para revitalizar el corazón, por lo que con 50 mil pesos, “más pelada que pan de india” –cuenta ella–, se fue para Cali a buscar en el centro de la ciudad una tienda que los vendiera. Y los encontró teniendo la grata suerte de que concia al gerente del lugar desde que eran chiquitos. Y los accidentes de la vida la llevaron a su siguiente negocio.

 

–Amanda, yo conozco a un tipo que vive en Cartagena, yo lo surto. Hoy en día tiene la plata que vos querás. Con mi ayuda serás mejor que ese hombre.

–Sos como güevón, ¿cierto? No me hablés de negocios que vengo pelada. Lo único que necesito es lo suficiente para ayudar a mi hijo. Lo demás me resbala.

 

El gerente la mira y le dice a la chica que la estaba atendiendo, que lo que iba a llevar, se lo diera a precio de a por mayor. Y mientras recibía una mirada extraña de la empleada, le añade una caja metiendo en ella toda clase de productos, además de otras botellas de embrión de pato.

 

–Llevate esto para que vendas jugos con vitaminas.

–Pero mijo, lavate esos oídos, ¿no te estoy diciendo que no tengo plata?

–Amanda, yo sé que contigo todo se vende, por lo que no me da problema darte esto; y sobre el pago, me podés pagar si querés o no.

 

A los ocho días, con su hijo revitalizado, plata en mano, le pagó y compro más productos, esta vez, como demostración de que el negocio estaba saldado.

 

Dos semanas después, con los carritos recién comprados, los carteles listos y los sabores al borde del paladar de los comensales, comenzaría el negocio que catapultó su reputación.


Jugos de Borojó vitaminados; coco, maní, cola granulada, nuez moscada y leche, son los ingredientes principales de la receta. Un combinado de sabores que llamó la atención a quienes pasaban al frente de lo que fue después la Clínica Palma Real.

 

Una tarde, vendiendo como alma que lleva el diablo, uno de los muchos amigos de Amanda se acercó al carro pidiéndole lo mejor que tuviera, y ella ni corta ni perezosa le vendió una de las nuevas recetas que había creado, una receta que terminó proporcionándole al muchacho una noche agitada pero placentera.

 

Al siguiente día, el mismo cliente llegó, contándole lo sucedido, un poco nervioso por lo fuerte de la situación. Amanda solo le respondió con una gran sonrisa:

 

–El que te tomaste era pal culo.

–¿Para qué? –pregunta como si no hubiese escuchado bien.

–Mijo, aquí vendemos el jugo de Borojó normal y los otros son: pa’ la hoja, pa’ la lengua, pa’ la mano en caso de emergencia, pal gallo dormido y pal culo – le dice mientras con sus manos hace movimientos alusivos a cada una de las acciones, de placer y autoplacer, nombradas.

 

El muchacho no sabía si reírse, sonrojarse o hacer ambas a la vez.

 

--Estas loca, Amanda… ¿Y cómo es ese pa’ la lengua…?


40 años trabajando como mula le obsequio la tranquilidad que tiene en la actualidad, una donde no tiene que levantar un solo dedo sino quiere, una donde puede dirigir todo desde su casa, una donde puede ver a sus hijos convertirse en seres de bien por el fiero ejemplo dejado por ella, una en el que puede mirar al pasado y sonreír, maldecir, sentirse orgullosa por tener el sobrenombre de la “Turca”. 

Por: Katherine Obando / Edad: 22 años

Al entrar se puede divisar un camino lleno de palmas que hace honor a su nombre.

 

Palmira es reconocida por la calidez de su gente, y desde sus inicios ha albergado a foráneos como propios. En esta ciudad puedes darte cuenta lo pluricultural que puede llegar a ser, al pasear por sus calles puedes conocer gente de todos los rincones.

 

Estar ubicada en la cordillera central ha hecho de Palmira un municipio afortunado, tiene ríos como el Nima, Amaime, Aguaclara y Bolo. Esto ha permitido que sea visto como un referente de la ganadería y por eso su feria expone todo su potencial de negocios. Tiene centros de investigación como lo es el CIAT y CORPOICA que atraen a propios y extranjeros, además de un clima envidiable entre 18 a 37 grados que hace de Palmira un verdadero paraíso.

 

Desde mi llegada, cuando tenía apenas 15 años, me sentí bienvenida a esta Palmira señorial. ¿Y quién no? Siempre me maravilla con sus extensos paisajes.

 

Aunque llevo mucho tiempo viviendo en esta ciudad, considero que desconozco muchísimo de Palmira, lo que me lleva a conocer al escritor Mauricio Capelli, gestor e investigador cultural. Con él podemos adentrarnos en la Palmira del siglo 20, desde sus inicios en 1910, en el momento en que nace el departamento del Valle del Cauca al separarse de su hermano, el departamento del Cauca y el Valle del Cauca, en esa delimitación de territorios, ahí se evidencia su transformación urbana, rural y cultural.

 

Palmira se convierte en una ciudad intermedia entre 1910 y 1930, desarrollando todos los espacios culturales como la Catedral, el Parque Bolívar, la Escuela Superior de Agricultura Tropical, que luego se convertiría en la Universidad Nacional de Colombia sede Palmira, y el tren, además de una gran migración por parte de los japoneses, lo cual posiciona a Palmira como una ciudad con una infraestructura más enfocada al desarrollo de negocios. 

 

El espacio de veraneo se empieza desarrollar en el área de La Buitrera, por lo tanto, se logra mejorar sus carreteras, pero tristemente Palmira sufre, como toda Colombia, por la ola de violencia que trae el paramilitarismo, y esto trae consigo, junto a otros factores, un estancamiento de la zona rural y urbana.

 

Este es un buen momento para conocer la historia de Giovanni Valencia, al que conocí por redes y quien con mucha amabilidad me acogió para contar su historia desde donde todo empezó.

 

Me voy para La Buitrera con mi hermano, y desde la subida ya empiezo a sentir un hueco en el estómago de los nervios, ya que Giovanni generosamente nos invitó a volar con él en parapente. Llegamos a la Casa del Barranquero en el punto de información de Ecoaventurex. Subimos en carro más o menos unos 20 minutos hasta el lugar de despegue llamado Barlovento, un lugar mágico que sería imposible describir con palabras, y estoy segura que a cualquiera le quita el aliento. Nos dan instrucciones y mis nervios crecen porque su invitación me tomó por sorpresa, y la verdad veía este vuelo como una posibilidad muy lejana.

 

Giovanni con extrema paciencia nos guía y da instrucciones. Y nos muestra lo seguro que es el vuelo. En la salida y en el aterrizaje hay que prestar atención a las palabras del instructor. Aunque Giovanni entiende mis nervios: me explica que la naturaleza del hombre es terrenal, por lo que esto es algo que inconscientemente se sufre.


Antes de despegar, nos quedamos admirando el gran paisaje mientras el viento se ponía a nuestro favor. La primera en salir soy yo. Y la verdad, después de esperar un rato y hablar con Giovanni sobre cómo era el vuelo, los nervios se desvanecieron completamente.

 

Me hacen una señal y sé que es hora. El casco y los implementos ya puestos y ajustados. Christian, instructor y primo de Giovanni, revisa que todo este perfecto y me dispongo a correr. Para ese momento en mi cabeza ya no había nervios y el despegue fue demasiado sencillo.

 

Ya en el aire me sentí en paz, nada que ver con la idea que tenía en mi mente. Disipado el temor, todo fue cómodo, como una hoja que se deja llevar por el viento, tranquila y apacible, mientras disfrutas de la vista y la sensación de ser abrazado por el viento que te llena de calma.

 

El viaje duró más o menos unos 20 minutos. El aterrizaje fue súper tranquilo, en una llanura. Pero esta experiencia logró hacerme entender lo pequeños y frágiles que somos ante la grandeza de nuestra tierra.

 

La historia de Giovanni, como de muchos que integran el club de parapente, se conecta con su infancia. Siendo un niño veía cómo descendían grandes aves del cielo que llamaban su atención. Con su primo le seguían hasta el lugar de aterrizaje, encontrándose así con el parapente, un deporte que lo protegió y lo aisló de la cruda realidad, gracias a Daniel Fernández, quien Giovanni recuerda como su ángel.

 

Daniel fue tutor y pionero del parapente deportivo, y en su restaurante El Mesón de La Buitrera recepcionaba los parapentes que aterrizaban, permitiendo a Giovanni doblarles después de su uso, ganándose así su respeto y cariño.

 

Giovanni junto con otros niños pasaron su infancia entre parapentes. Así que cuando hubo oportunidad, no dudaron en iniciar adquiriendo implementos de segunda mano y haciendo pequeños vuelos. Daniel por su parte buscaba la manera de capacitar y certificar con la Federación de Deportes Aéreos a sus pequeños pupilos, todo con sus propios medios. Pero esto se vio frustrado en marzo del 2007, cuando paramilitares que no se reinsertaron le quitaron la vida en su casa de Palmira, siendo una gran pérdida para el mundo del parapente y para estos niños que veían en Daniel su ejemplo a seguir. Giovanni relata esta historia con gran nostalgia, después de la muerte de Daniel su proceso se estanca y, poco a poco, todos se separan, muchos toman otros caminos.

 

Unos años después, Giovanni retoma con Christian nuevamente esta actividad ya con madurez y determinación. Inician en el Cañón del Chicamocha, una zona que vive del turismo, por lo tanto la demanda de parapentistas para vuelos comerciales es alta, ya que podían realizarse entre 30 a 40 vuelos diarios en temporada alta.

 

Luego llegaron las capacitaciones del SENA que impulsaron su emprendimiento, donde Giovanni ideó un plan que diversificaba la oferta, para así atraer más turistas, ofreciendo otras alternativas turísticas como senderismo, avistamiento de aves y caminatas a caballo. De ahí nace ECOAVENTUREX, una empresa de turismo de aventura que ha ido surgiendo a pesar del poco apoyo que recibe el turismo en esta región.

 

Pero el parapente también es un deporte. Y gracias a la dedicación y el amor por éste, antes de la pandemia, junto con Jairo, un campanero de club, participaron en los panamericanos que se desarrollaron en Ecuador, logrando el tercer puesto. Además han organizado un evento para parapentistas a nivel deportivo llamado el Festival del Viento, donde los participantes compiten en pruebas de precisión. 

 

Para los que realizan esta modalidad de turismo, desamparados por el Gobierno, y el desconocimiento de los propios, en este tipo de ofertas es necesario un cambio en las políticas de Estado para solventar infraestructura y capacitación en la zona. Así con el acompañamiento, el conocimiento y los requerimientos necesarios para que puedan lanzar una oferta turística llamativa, además de un plan de ordenamiento territorial que tome en cuenta el flujo de turistas y el impacto ambiental.

 

A pesar de todas las dificultades Giovanni no desfallece y lucha por seguir adelante con este sueño que Daniel, un día, imprimió en su mente, y también para hacer un homenaje al hombre que lo apoyó y lo guio por mucho tiempo ahora.

 

Con 10 años de experiencia y certificado como guía turístico, además como parapentista por la Federación, sigue trabajando por el club de parapente y por la comunidad, donde encontramos historias como las de un chico al que llamaremos “Iván”, un niño que a raíz del conflicto armado perdió a su padre y, al igual que Giovanni, se refugió en el deporte.

 

A Iván lo conocen desde los 4 años de edad, porque, del mismo modo que ellos lo hicieron un día, iba a verlos volar.  Es así como Christian y Giovanni lo acogen para guiarlo como un día Daniel lo hizo con ellos. Y a muy corta edad, al cumplir los 14 años, Iván logra convertirse en uno de los pilotos más jóvenes en recibir la certificación de la Federación.

 

Salí de la zona de aterrizaje convencida que a estos chicos el viento nunca los quebrantó, al contrario, siempre los impulsó y los liberó como me liberó a mí y a tantos esclavos del miedo. Salí convencida que la vida se transforma cuando dejas de temer y empiezas a volar.

 

Por: Andrea Castro Martínez / Edad: 28

Antiguamente una cárcel de hombres, para el año 1964 paso a ser un internado e institución para niñas con problemas en el hogar, situación de calle y pandillas. Algunas de ellas asistían a esta institución como “niñas externas”, esto es que las niñas iban a la institución únicamente a aprender y luego regresaban a sus hogares. Este internado era enorme y albergaba a niñas de diferentes municipios del Valle del Cauca, tales como: Tuluá, Buga, Cali, Buenaventura y Palmira.  

 

El Instituto se conoce como Rosa Virginia, y sus instalaciones están ubicadas en la calle 47 No. 31- 64, en la ciudad de Palmira (Valle del Cauca). Fue creado por las Hermanitas del Buen Pastor.

 

Doña María Lucrecia Salazar ingresó como profesora de esta institución en 1966. Ella nos relata que la directora, en ese entonces, era la Madre Edma. “El ambiente era muy bueno dentro del salón, y la atención del cuerpo directivo; era bien organizado todo; la estadía era muy buena”, recuerda doña Lucrecia.

 

Para ese momento el Gobierno era quien brindaba la alimentación, donde descansar, y se cumplía con las horas de escolaridad, estaba muy bien administrado. El Gobierno les surtía para que el internado continuara en funcionamiento. Cuenta doña Lucrecia: “es más, regalaban muchas cosas a nosotros también; nos daban refrigerio y regalos para los profesores”.

 

La estructura como tal del establecimiento estaba distribuida en 2 plantas. En la parte baja se ubicaban el salón de profesores, la sala, la capilla, el salón de actos, los sanitarios y duchas; en la parte de afuera la cancha de baloncesto. Y en el segundo piso estaban el comedor, las habitaciones y cinco salones; este piso estaba divido en dos sectores, la zona educativa y los dormitorios. En los salones se dictaba clase solo hasta quinto de primaria.


Solón Convento Rosa Virginia

De esa época se recuerdan nombres como doña Bertiga Cándelo, Adíela Torres, Leonor rayo, Eulalia Sepúlveda y María Lucrecia Salazar, quienes fungían como profesoras del internado junto a las hermanitas (monjas del Buen Pastor.

 

Muchas de las niñas al acabar la primaria pasaban a estudiar bachillerato en instituciones del municipio de Palmira, entre las que se encontraban la Institución Educativa Técnica Comercial del Valle, más conocida como el “Politécnico”, que en ese tiempo era un colegio solo para mujeres; también ingresaban al Liceo Femenino. Muchas de estas niñas, un grupo de 60 niñas internadas, continuaban viviendo en Rosa Virginia, a pesar de que estudiaban en otras instituciones, como las ya mencionadas.

 

Durante las reuniones de padres de familia, a veces se presentaban situaciones en las cuales se debía prestar mucha atención, ya que había casos de abuso intrafamiliar. Eran cosas muy delicadas. Para atender estos casos se hacían encuentros para ayudar a rehabilitar algunas de las niñas de las pandillas, y mejorar la relación entre las familias. Esto es un papel que no se ve hoy día en las instituciones educativas.

 

“Es una lástima que dejaran acabar esta institución tan buena. Allí habrían podido hacer muchas cosas con ese edificio que era muy grande. Yo no sé qué paso con el municipio que lo dejo acabar, en lugar de tomarlo para una universidad o para… para tanta cosa que hay. Pero uno pasa por ahí y eso está totalmente abandonado. El terreno era muy grande, los salones eran súper amplios. Allá uno pasaba muy bueno, era fantástico: las obras de teatro, las misas... Era un sitio muy agradable para trabajar. Era como una maravilla, un ideal de la educación”.

 

Luego de prestar un servicio tan importante, entre los años de 1974 y 1980 el establecimiento fue abandonado. Y desde entonces fue perdiendo valor e importancia. Tristemente, la historia fue testigo de cómo cayó en desgracia una de las posibles joyas de la corona de la educación de Palmira, todo por el descuido de algunos sectores del municipio.

 

Para muchos este espacio se ha convertido en estadero de ladrones, vándalos, viciosos y personas en condición de calle. Sin embargo, a pesar de su evidente deterioro a través de los años, ya que está abandonado, destruido y desolado, este establecimiento sigue en funcionamiento. Es utilizado por la Policía del municipio como bodega, sin que esto represente, o por lo menos no se ve, una recuperación importante para lo que un día fue la institución, que pasó de ser un importante símbolo de la educación en Palmira para pasar a ser una zona destruida, abandonada y, para la mayoría de los habitantes del municipio, un terreno sin nombre, pues muchos no saben qué fue lo que allí ocurrió.

 

Después de todo lo anterior, solo nos resta hacernos una pregunta: ¿la educación del municipio estaría en mejores condiciones si este establecimiento hubiese sido cuidado de la manera que lo merecía?

 

Por: Gabriel Gómez / Edad: 21 años

 

Existe poca documentación sobre los aportes de las personas negras esclavizadas en el territorio que hoy conocemos como el municipio de Palmira, se ha invisibilizado una historia que no solo debe estar enmarcada en la trata trasatlántica y la esclavización, sino en los aportes culturales, sociales, políticos y demás; una historia de lucha, fuerza y poder que hoy hace eco en las y los renacientes, entendiendo como “renacientes” a las nuevas generaciones de niños, niñas y adolescentes, categoría en la cual me incluyo. Por lo anterior, surge la necesidad de reescribir, releer y construir una memoria histórica donde el eje rector sea la verdad, el reconocimiento, la reparación y la no repetición.


Las personas negras esclavizadas eran traídas desde África en los llamados barcos negreros, atravesaban el océano Atlántico y en medio de la travesía eran sometidos a grandes vejámenes, los cuales muchos no aguantaban y moría; de hecho, se habla de que el océano Atlántico es uno de los cementerios más grandes del mundo, puesto que ahí fueron depositados muchos cuerpos de hombres y mujeres esclavizados que no soportaron la travesía.

 

En Colombia uno de los puertos más grandes de desembarque de esclavos fue el En Colombia uno de los puertos más grandes de desembarque de esclavos fue el puerto de Cartagena de Indias. Una vez llegaban a este territorio eran entregados a comercializadores, quienes se encargaban de venderlos por todo el territorio nacional y América Latina de acuerdo a la necesidad de cada esclavista “amo”, siendo continuo el intercambio de esclavos. A medida que la esclavitud se extendía, los esclavos podían ser entregados en premios como rifas, apostados en juegos de azar, ofrecidos como garantía para préstamos, y trasferidos como obsequio de una persona a otra. Fueron secuestrados, arrebatados de la madre África y cosificados.

 

La llegada de las personas esclavizadas al municipio de Palmira se dio aproximadamente entre el siglo XVI y XVIII. Llegaban por el puerto de Buenaventura entre el Valle del Cauca y el Pacífico, siendo este también uno de los puertos donde más se comercializaban esclavos.

 

La esclavitud fue la base de todo. Es una parte de la historia silenciada que pocos se han atrevido a explorar, conocer y recuperar. Las personas esclavizadas eran compradas para atender diferentes servicios, como los domésticos, agricultura, ganadería, comercio, construcción de obras públicas. En conclusión, a través de la esclavitud se construyó este territorio. 

 

Palmira se ha dado a conocer como la ciudad agrícola de Colombia, convirtiéndose en la ciudad que más cultiva caña y produce azúcar, siendo este el producto que más ha impulsado el desarrollo económico de la región. Pero todo esto no se ha conseguido de la noche a la mañana; los negros esclavizados eran comprados específicamente para trabajar en las plantaciones de caña.

 

Las personas esclavizadas del municipio de Palmira fueron la mano de obra principal de las plantaciones de caña de azúcar. Aquellos que eran hábiles y experimentados en la agricultura, eran a menudo responsables de decisiones importantes en las plantaciones: alertaban a los esclavistas “amos” cuando la caña estaba lista para cosechar y cuando los jugos de azúcar estaban listos (no tenían libertad, ni recibían paga).

 

Aunque las grandes plantaciones de caña eran el motor de la economía por el trabajo que desempeñaban los esclavizados, ellos realizaban su trabajo sin recibir nada a cambio. Eran tratados como una cosa o máquina de producción; eran controlados por un capataz; debían cumplir con extensas jornadas laborales; y quienes no obedecían, eran severamente maltratados y golpeados. Al final de la jornada laboral, la mayoría de las personas esclavizadas, el escaso tiempo que tenían libre lo dedicaban a compartir con los demás compañeros y compañeras, contando historias, cantando y bailando. En muchas de estas actividades combinaron tradiciones africanas con costumbres aprendidas en el nuevo mundo; algunas de las danzas de los esclavizados eran similares a las danzas tribales africanas y a través del canto expresaban su realidad y sentires.

 

Las mujeres esclavizadas desempeñaban el trabajo doméstico en las plantaciones, pero más allá de la cocina, las mujeres negras eras vistas como una maquina productora de mano de obra; normalmente eran obligadas a tener muchos hijos, preferiblemente varones, para que una vez fueran creciendo, fueran una mano de obra a utilizar o comercializar.  Los niños negros hijos de esclavos, que estuviesen en condiciones “óptimas”, eran apetecidos por esclavistas, obligándolos a crecer rápido y a realizar trabajos de adultos en las plantaciones, y a medida que crecían se convertían en experimentados sustitutos de éstos.

 

El látigo es el recuerdo más común en las plantaciones, ese castigo se utilizaba para someterlos, castigarlos, obligarlos a trabajar y despojarlos de su existencia. Sin embargo, los y las esclavizadas siempre estaban efectuando pequeñas acciones de resistencia, siempre estaban en una lucha constante por su libertad.

 

Hasta que un día se revelaron, abandonaron las plantaciones y emprendieron la huida organizando pequeñas comunidades cerradas con empalizadas, llamadas palenques. A quienes incitaron estas fugas se les llamó “cimarrones”; algunos de ellos eran asesinados, torturados y, en el peor de los casos, sujetados de pies y manos eran colgados en árboles, viviendo sometidos. Todos ellos buscaban su libertad, sus propias organizaciones sociales, su propia economía, es decir, ganar su independencia.

 

Dentro de las practicas que utilizaron para oponerse a las opresiones de sus amos estaban los bebedizos que le ofrecían a los cuidadores para poder huir de las plantaciones, los mapas que tejían con el cabello en la cabeza de las mujeres, las semillas que ocultaron en el cabello para sembrar en los palenques, los bebedizos para abortar cuando no deseaban la vida, por diferentes situaciones: primero, porque en la mayoría de las ocasiones eran violadas por sus amos, segundo, porque eran usadas como máquinas de producción lo cual las condicionaban a tener hijos para sostener la mano de obra de las haciendas. Estas son solo algunas de las muchas más acciones que contribuyeron a la conquista de la libertad.

 

Siendo así como nacieron dos posibles palenques en el municipio de Palmira, un palenque muy fuerte ubicado en San José del Palmar municipio del choco con participación de personas esclavizadas del municipio de Palmira, que limita con Risaralda y el Valle del Cauca, y otro ubicado en La Torre, corregimiento de Rozo. Siempre continuaron en resistencia, y no hubo un solo día que dejaran de luchar para recobrar sus condiciones de hombres y mujeres libres.

 

Aunque la historia de las comunidades negras no termina aquí, es un deber resaltar que los y las negras en condición de esclavizadas hicieron grandes aportes en la construcción del municipio de Palmira. Una vez recobraron su libertad, muchos fueron llamados a participar en la construcción de la infraestructura, así como sus saberes y prácticas ancestrales contribuyeron a la preservación de la vida, contribuyeron al desarrollo de la vida desde otros sectores, entre muchos aportes más.

 

Foto: Cosecha de café en la hacienda La Rita, Palmira,  1893. Autor: Francisco Osorio

Por: Pamela Murillo Daza / Edad: 16 años

 

“La bicicleta es la más noble expresión del ingenio humano”

José Borrero

 

Son las 9:30 de una mañana de martes en Palmira. Al lado izquierdo, los muros grises del batallón, a la derecha, locales de comidas, una bicicletería, un geriátrico y varias tiendas de camuflados. El panorama de la calle 31 que comunica el oriente con el centro de la ciudad parece común: carros y motos a poca velocidad por los tres reductores que hay en una sola cuadra, soldados en la entrada del batallón, y yo sobre la ciclo-ruta, bajando y subiendo mis piernas en forma circular, disfrutando del aire y del sol que penetra el asfalto, el casco de los soldados y mi piel.

 

Nunca he sido amante de los deportes, tampoco había sido la bicicleta el medio de transporte de mi predilección. Casi siempre había preferido los planes que no demandaran mayor esfuerzo físico; sin embargo, vivir en medio de una pandemia nos obliga, o más bien, nos ofrece la oportunidad de transformar el pensamiento y con ello las acciones y el estilo de vida; y heme aquí, pedaleando hacia la Factoría, un recorrido que normalmente haría en moto.

 

Mientras ando en mi bici, una Kamon todoterreno que hace 25 años compró mi padre por 100 mil pesos, pienso en cómo es que a pesar de ser palmirana, no había hecho mucho uso de la bicicleta. Ello resulta curioso si se tiene en cuenta que Palmira fue durante mucho tiempo la Ciudad de las Bicicletas. Lo sé porque en el Parque Lineal hay un Monumento a la Bicicleta (creado por Kymer en el 86) y porque de niña mi madre me lo contó:

 

“Antes era muy común ver parejas en bicicleta, hasta con niños en una bicicleta. Mi papá iba a trabajar en una; tu papá andaba en esa misma cuando trabajaba en el Popular, al cual más andaba era en cicla…”

 

Las primeras bicicletas que llegaron a Palmira fueron importadas desde Europa por la industria azucarera en los años 30. Ingenios como Manuelita debían garantizar la movilidad de sus trabajadores desde Palmira hasta las afueras, donde se encontraban (y aún se encuentran) las fábricas; y la opción más viable, para ese entonces, fue facilitar una bicicleta a cada empleado, descontando su valor monetario mes a mes hasta pagar la totalidad de la misma. A partir de esto, se construyó la primera ciclo-ruta del país, al costado derecho de la salida del Ingenio Manuelita.

 

La bicicleta tuvo gran incidencia en el desarrollo económico, social y cultural de Palmira en el siglo XX. Las esposas de los trabajadores también optaron por incluir la bicicleta en su estilo de vida y el de sus familias, haciendo uso de la misma en espacios distintos a los laborales; tanto así, que para los 60´s había en promedio cuatro bicicletas por familia en la ciudad. [1]  

 

Después de pasar el Bosque Municipal, la carretera queda de un solo carril. Al estrecharse la vía, el respeto por el ciclista es casi nulo, toca ingeniárselas y andar ¡pilas! [2] para llegar al lugar de destino a salvo. El sol se hace cada vez más intenso y el viento escaso, pues ya la velocidad es menor. Giro por la calle 27 y pasando la Estación de Bomberos llego al Parque La Factoría. Agitada e intentando respirar bien con el tapabocas, busco donde cuadrar la bici.

 

Hay un parqueadero público de bicicletas, pero, como buena novata que soy con la bici, no tengo la cadena para amarrarla. Me siento en una de las bancas de madera que hay en el parque, con la bici al lado, echando ojo para ver por dónde aparece Kenia. Quedamos de vernos a las 10:00 am.

 

–¡Háblamelo, prima!

 

Con su casco, un tapabocas y una mochila, se baja de la bicicleta y se dirige al parqueadero público. Amarramos ambas bicicletas con su cadena y nos sentamos en las mesas de la plazoleta de cholados.  

 

–A mí me regala, porfa, un jugo de mango

–A mí uno de maracuyá, gracias.



Para Kenia la bici no es algo nuevo. Desde niña ha formado parte fundamental de su vida. En el colegio participaba de competencias con su bicicleta de la Barbie, aunque siempre que estaba a punto de llegar a la meta, se le dañaba. Tiempo después, el evidente gusto por la bici llamó la atención de su padrastro quien decidió armarle una bicicleta mejor, a su medida, que no la dejara en medio de una carrera.

 

“Un momento que me marcó mucho con la bicicleta fue cuando le enseñé a montar a mi primito. Él tenía ocho años, salíamos en las bicis pero yo siempre lo llevaba en la barra, y yo le decía que a mí me gustaba porque yo me hacía más fuerte llevándolo y que tal. Él me decía: ‘no prima, pero yo quiero andar’. Entonces mi tía le regaló una bicicletica y le dije: ‘todas las tardes vamos a hacerle’. Todas las tardes, le hacíamos y le hacíamos, en (el barrio) Guayacanes; él se estrellaba contra los andenes, hasta que por fin la sacamos [3]. Y él siempre me dice que me agradece mucho porque le enseñé a montar” –recuerda, mientras se asoma una sonrisa ladeada.

 

Llegan los jugos y continuamos hablando de lo mucho que me ha gustado andar en bici. Le cuento que he tomado algo de confianza con las vías, que ya no me da tanto miedo los carros y que me he sentido súper bien desde que me dio por rodar.

 

Andar en la bici me ha permitido percibir la ciudad de otra manera. Cuando salgo a montar, el paisaje se resignifica para mí, porque no solo es el verde de la caña de azúcar en las vías a Pradera, a Cali o a Amaime, sino que he aprendido a apreciar también el paisaje urbano. Los lugares por los que antes transitaba rápido, adquieren otro sentido, ya que en la bici me puedo detener, observar, sentarme donde nunca me había sentado, conocer espacios que se me hacían lejanos o ajenos… ¡Mejor dicho!, conocer otra Palmira por medio de la bici.

 

Recuerdo que cuando empecé a andar en bicicleta, después de tres meses de confinamiento, a la primera persona que le comenté fue a Kenia, lo hice porque siempre he admirado su pasión por la bici. Para ella ésta no es solo un medio de transporte, es un medio para encontrarse con ella misma, una compañera de vida; cuando habla de ella no se refiere a un aparato, hay un tinte de personificación.

 

–Ella siempre está ahí y realmente creo que es como una extensión de mí y se tiene que tratar de la misma forma.

–¿Vos de dónde sacaste esa cicla?

–Esta bicicleta es muy antigua, es del 51. Yo iba por la 19 [4] un día con una amiga y pasando por una prendería, una bicicleta hermosa ahí, blanca, flaquita, toda linda, y era de mi talla; y es muy difícil encontrar una bici de mi talla porque yo soy pequeñita. Yo la vi, me le acerqué y dije: “¡no te creo!” Tenía incluso una placa de Palmira ¡Yo la tengo! –cuenta entusiasmada.

 

Para la segunda mitad del siglo XX, la bicicleta era un boom en Palmira. En aquel tiempo, la administración municipal entregaba placas, como a cualquier otro vehículo. Hoy en día, tener una de estas es un orgullo, los adultos mayores que las conservan aún, las muestran inflando pecho. Hace parte de esa identidad cultural en torno a la bicicleta.

 

En los 80’s, el papel de la mujer cobra importancia debido a que el uso de la bicicleta en ellas estaba estigmatizado por mitos como la virginidad y el exhibicionismo. En Palmira, aquellas ideas no calaron porque ya existía toda una cultura de bicicleta. Las palmiranas tenían cierta independencia para movilizarse, no debían esperar a que sus padres o esposos las llevaran de un lado a otro, sino que ellas mismas tomaban su bici y salían. El tipo de bicicleta común en esta población era la Monark, ya que por su barra baja se les facilitaba montar con faldas o vestidos.

 

Al igual que en los 80´s, hoy en Palmira existen mujeres que hallan en la bicicleta un elemento que facilita su independencia. Kenia ha usado la bici por muchos años, pero no había explorado con ella la posibilidad de generar un recurso económico. La crisis sanitaria, económica y social causada por la pandemia del Covid-19, le permitió hacerlo.

 

Mientras se toma su jugo de maracuyá, me cuenta.

 

“Una experiencia muy diferente es cuando yo decido acercarme a la bicimensajería. Eso era algo que yo ya tenía en mente, pero nunca lo había ejercido como tal. Cuando se presentó esto de la pandemia, yo dije: ¡aquí fue! Este es mi momento. Me armé de todos los implementos de bioseguridad y empecé a experimentar algo totalmente diferente que es este medio de transporte, que es tan agradable y tan lindo, cómo también me podía generar un sustento”.

 

La miro hablar y pienso en ese empuje que tenemos los palmiranos para sobre ponernos ante situaciones adversas y encontrar en medio del caos, una solución.

 

Le ha ido bien con la bicimensajería. En alguna ocasión me hizo un domicilio desde Unicentro hasta Las Palmeras, trajo un bote de pintura en la bici.

 

–¿Eso no te queda muy pesado para traerlo en bici? –recuerdo que le pregunté.

–¡Nada pri! He llevado cosas más pesadas –me dijo entre risas.

 

Y es cierto, en su bici ha llevado desde perros hasta elementos de sonidos para eventos, sin contar sus maletas de vestuario y elementos artísticos que carga cuando va realizar presentaciones, porque Kenia, además de ser una apasionada por la bicicleta, es una artista de esta tierra.

 

Quienes trabajan reconstruyendo la historia de la bicicleta en Palmira, dicen que no ha sido fácil identificar un momento concreto en el que se dejó de usar masivamente la bici. Algunos lo relacionan con el auge de la motocicleta en los 90’s. Probablemente sea así cómo poco a poco se desestimuló el uso de la bici en la ciudad, y la infraestructura vial fue dando prioridad a los automotores. El título de “La Ciudad de las Bicicletas” ya nos quedaba grande.

 

A pesar de que, en los últimos años, no sea la bici el medio de transporte más usado en Palmira, existen algunos esfuerzos por recuperar esa identidad. Cientos de palmiranos y foráneos que ha adoptado la ciudad, creen que aún es posible volver a ser esa ciudad en ruedas y hacer de la bicicleta un elemento significativo en la cultura de Palmira, otra vez.

 

Precisamente es ese el trabajo que realiza el Colectivo Palmira Somos Bici, un grupo de jóvenes, en su mayoría foráneos, estudiantes de la Universidad Nacional, que al llegar a la ciudad encontraron en la bici un medio de transporte sostenible, económico y sencillo. Personas que vinieron de ciudades más grandes y vieron que andar en Palmira en bici es realmente cómodo, no solo por su topografía plana sino por las cortas distancias de una ciudad intermedia con un clima cálido.

 

Este tipo de iniciativas han logrado generar espacios de apropiación cultural en la ciudad en torno a la bicicleta. Palmira Somos Bici, realiza mensualmente un ciclo-borondo. Se trata de un recorrido nocturno en bicicleta por la ciudad para toda la familia. También se dictan talleres pedagógicos sobre el uso de la bici en instituciones educativas, de la mano con la Secretaría de Tránsito y Transporte de la Alcaldía Municipal.

 

Cuando me empecé a acercar a la bici, conocí “Palmira, ciudad de las bicicletas”, una compilación de imágenes, experiencias, personajes e historias en torno a ese elemento que los palmiranos no queremos dejar perder como símbolo de la ciudad. Esta obra fue resultado del trabajo que realizan los distintos grupos promotores del uso de la bicicleta en la ciudad, con apoyo de la Secretaría de Cultura de Palmira.

 

“Para mí, pedalear es una terapia. Me libera mucho. Cuando me siento muy tensa, me pasan cosas o me siento muy triste, yo simplemente pienso: quiero ir a pedalear, a liberar. Me hace sentir tranquila. Yo siento algo en mi pecho. Siento como grande. Me encanta sentir el viento, me gusta todo lo que puedo observar en la bici, ¡Es maravilloso!”

 

Son cerca de las 11:00 de la mañana, ya el jugo se ha terminado. Se nos acerca Humberto Izquierdo, el “poeta callejero”, un personaje que frecuenta La Factoría vendiendo sus poemas en hojitas blancas con una letra envidiable.

 

–Señoritas, les propongo: en diez minutos yo escribo un poema, si a ustedes les gusta, me lo compran, si no, no pasa nada.

 

Reímos.

 

–¡Hágale pues!

 

Mientras Don Humberto escribe su poema, pienso en lo último que dijo Kenia. Siento algo similar. Cuando voy en la bici, me gusta respirar profundo, sentir el aire, mi cuerpo en movilidad. Me parece increíble cómo puedo llegar a distancias lejanas con la fuerza de mis piernas, de mi cuerpo. Me pregunto, ¿cómo es que apenas a mis 25 años vengo a disfrutar realmente de esto?

 

La bicicleta en la ciudad fue y sigue siendo (aunque en menor medida), portadora de una carga cultural muy significativa. Andar Palmira en bici es reencontrarse con los espacios públicos y apropiarse de una identidad perdida pero no extinta.

Por: Tania Ospina / Edad: 25 años



[1] Estos datos e Información sobre la historia de la bicicleta nace del diálogo con el colectivo Palmira somos bici

[2] Mantener en estado de alerta

[3] “Sacamos” hace referencia a lograr un cometido, en este caso, aprender a montar bicicleta

[4] Carrera 19

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